sábado, 24 de diciembre de 2011

Incultura

Creo que la palabra en sí lo dice todo. Todo eso que me saca de mis casillas. Todo eso que me hace gritar en un restaurante lleno de gente. Todo eso que hace que el mundo sea un lugar triste para algunas personas.

Estoy hablando de la falta de conocimiento, la cual lleva al miedo, y éste al rechazo, y aquí surgen las tristes fobias, las que hacen que haya gente que no pueda ser tal y como es, porque se han institucionalizado una serie de cánones en esta sociedad moderna (la cual, parafraseando a mi personaje favorito, es cada día más una zoociedad moderna, o suciedad moderna, a gusto del lector). Y es que hay personas, creo que se pueden llamar así, que por unos motivos o por otros rechazan a gente por motivos tan banales, tan nimios, tan absurdos y tan intrínsecos a alguien como son el nacimiento, la nacionalidad, la religión, la etnia, la orientación sexual y un triste largo etcétera.

¿Qué está pasando? Esa sencilla pregunta. Tres palabras. Y nadie tiene la respuesta. Nadie se explica porqué motivo hoy en día uno de los motivos por los que más se critique a la Iglesia sea que quemaban a mujeres en el siglo catorce y setecientos años después haya chavales que quemen a un mendigo por ser mendigo, o que haya casos de agresiones a homosexuales por ser algo que ni es malo ni han escogido ellos.

Pero el problema no son las acciones, ni muchísimo menos. El problema son las palabras. Palabras, tan útiles, tan dañinas. Un arma poderosa según los labios que las manejen. Las palabras pueden hacer más daño que cualquier puñetazo, que cualquier patada. Las palabras pueden hacerte sentir que estás roto, que algo no va bien dentro de ti. Pueden hacer que te quieras morir.

La incultura, el peor enemigo del progreso, de la humanidad, del hombre.

1 comentario:

  1. Y como el problema viene de largo, seguro que el culpable se ha muerto ya...

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