jueves, 3 de diciembre de 2009

El papelito

Iba Walter una mañana por la abarrotada Wall street leyendo el Times y desayunando un café de Starbucks apresuradamente mientras intentaba no llegar tarde a su trabajo de diez horas diarias que no le dejaba tiempo para estar con su familia y le pillaba a cinco manzanas de casa, pero en Nueva York, cinco manzanas es mucho. Cuando acabó de leer el periódico, lo metió en su cartera. Iba poco menos que corriendo cuando, de repente, un papelito que estaba suspendido en el aire probablemente por una corriente de esas que salen del suelo debido al metro, se le plantó delante de la cara y se quedó ahí, revoloteando, como si esperara que Walter lo cogiera. El caso es que lo hizo, Estaba muy arrugado, pero contenía unas frases que parecían legibles. Y decía el papelito con letra muy pequeña y apretujada:
" No se cómo te llamas, ni siquiera se si existes. Yo me llamaba Catherine, y vivía en el bloque de apartamentos Standford, sabes cuales son, ¿no? Son de los más lujosos de toda Nueva York. Cobraba mucho, y tenía todo lo que quería, pero no era feliz. ¿Por qué? te preguntarás. Porque yo tenía una hermana, una hermana que vivía en el metro, y que apenas tenía para comer. Yo, era una persona con muchas influencias, y ella no era buena para mi imagen. Cuando tuvo el hijo a los dieciséis años, dejé de hablarla. No me he arrepentido tanto de algo en mi vida. Ahora ella está muerta, y yo también. No se qué pensarás de mí, pero no tenía a nadie en mi vida a quién contárselo."
Walter, pensando que era obra de una lunática, no hizo menos que romperlo en cachitos y tirarlo, no sin antes derramar ( sin querer, porque él nunca desperdicia el café) unas gotas de café sobre él. Lo tiró a la papelera más cercana, y, cuandó hubo avanzado unos diez metros, otro papelito, similar al anterior, volvió a aparecer delante de él. Lo volvió a coger y al abrirlo por su cara se pudieron ver, durante una fracción de segundo, la sorpresa y el susto a la vez. EL texto parecía el mismo, hasta tal punto que tenía las mismas manchas de café que el que había tirado escasos segundos a la papelera. Volvió a leer la carta, y la releyó. Cuando hubo entendido la carta, y el mensaje, muy lentamente, se fué dando la vuelta y caminó, lo más deprisa que pudo, rumbo a su casa de nuevo, con el papel en la mano, dispuesto a llamar a su hermano, cocainómano.

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